Cuando era adolescente comencé con las dietas. Nunca las necesité en la niñez ni en la pubertad, siempre fui delgada, incluso era reconocida como una de las "flacas" de mi curso de colegio, quién lo diría.
Con la pubertad llegaron las curvas. Mis compañeras especulaban sobre si me había llegado o no mi primera menstruación al ver que tenía más curvas que ellas (aunque en ese tiempo tampoco eran muchas), mi cuerpo siempre fue así, un paso más adelante que el resto en lo que a pechos y caderas respectaba. Al principio mis curvas eran aún algo discretas, y el cuerpo delgado que tenía en ese tiempo las lucía muy bien. Me gustaba mi cuerpo, aunque siempre me acomplejaron un poco mis piernas, pues también tomaron forma antes que las de mis amigas. Pronto eran un poco más gorditas en el muslo que las de otras niñas, y a mí eso me acomplejaba un poco, me parecía gordo y feo, jajaja, pero bueno, era una niña.
A los 14 años engordé por primera vez un poco, y mi madre apenas lo notó me puso en mi primera dieta, aunque no tenía mucho sobrepeso, sólo un poco. Fue una dieta con nutricionista, si mal no recuerdo, muy sana, y también fui al gimnasio, por primera vez, antes hacía danza, pero nunca había ido a un gimnasio.
A los 15 había perdido el peso que necesitaba y estaba perfecta, pero pronto volví a engordar un poco. A los 16, otro poco. Y a esa edad empezaron mis dietas locas. Comencé a hacer dietas relámpago antes de algún evento social o algo importante (una vez antes de una presentación de manos libres con el equipo de gimnasia, yo hacía esto porque era lo más parecido a la danza que había en el colegio). Las dietas me las daban mis compañeras. Eran las típicas dietas shock, así como "la dieta de la manzana" o "la dieta de la sopa" o una de comer un tipo de alimento (frutas, verduras, lácteos, etc) distinto por día. Siempre perdía peso. Siempre volví a subir.
A los 17 pasó lo de mi mamá que les conté en un
post sobre mi historia y engordé mucho, por ansiedad. Antes yo ya me había dado cuenta que la ansiedad era un problema que yo tenía y con el que recurría a la comida. Veía que cuando mi mamá me retaba por mi peso y trataba de vigilar mis comidas mi ansiedad aumentaba y mayor era mi deseo de comer, así que terminaba comiendo a escondidas. Todo empeoró después que ella enfermó. Por primera vez sobrepasé los 70 kilos, llegando a pesar como 75, en aquél tiempo. Para el verano de ese año fui a un médico, me puse a dieta y tomé clases de danza 3 veces a la semana, además caminaba mucho. Bajé 11 kilos. Volvió a comenzar el año escolar, volvió el infierno de la enfermedad de mi mamá y el colegio donde me sentía incómoda y fuera de lugar. Volví a engordar. Entonces comencé a vomitar por primera vez. Me inducía el vómito de vez en cuando para escapar de la culpa por mis excesos. Nunca lo hice con demasiada frecuencia, sólo dos o tres veces a la semana en mis períodos de mayor actividad. Pero no lo hice sólo por el peso, la comida y la culpa. Lo hice porque quería destruirme a mí misma. Estaba sumida en una profunda depresión y no me importaba cómo, quería atentar contra mi cuerpo, deseaba destruirme. Deseaba estar en cualquier lugar menos donde estaba. Quería desaparecer o dormir para siempre, o al menos por varios años. Si cualquiera de mis acciones parecía dañina, no sólo no me importa. Me gustaba un poco. Era lo que quería. Hacerme daño. Como fuese. Entre más, mejor. Junto con la comida, era mi droga. Dañarme.
Con 18 años, en el verano hice otra dieta, esta vez por mi cuenta y también sana, siguiendo los consejos de mi dieta con médico del año anterior. No hice mucho ejercicio, pero caminaba bastante. Esta vez no bajé tanto como antes, unos 8 kilos. Pero fue lo suficiente para verme bien durante la temporada de calor. Pero en ese verano conocí también el alcohol. Antes lo conocía, claramente, pero ese verano tuve amistades cerveceras por primera vez. Me juntaba con ellas a beber casi día por medio (estaba de vacaciones). A veces con moderación, otras no tanto, otras nada. Así llegué a la universidad con una resistencia envidiable por hombres más grandes que yo al alcohol. Y así llegué a las fiestas universitarias, y el alcohol afianzó su estadía en mi vida.
Subí de peso en primer año, otra vez. Desde entonces, en innumerables ocasiones comencé dietas que rompía a los 3 días o menos. Siempre tratando de mantenerlas sanas, con las ideas de los médicos y las dietas que me habían dado. Pero no duraba. Pero siempre volvía a intentarlo porque una parte de mí sabía que no estaría 100% satisfecha si no estaba en mi peso normal. Pero era más fácil decir "no, en realidad no me importa, después me pongo a dieta, comienzo el lunes" que ser constante. Era más fácil aplazar indefinidamente el cambio definitivo que realmente hacerlo. Así transcurrieron 3 años.
En el 2006 hice la gran dieta de la que a muchos les conté. Perdí unos 15 kilos, más de lo que jamás había perdido en mi vida. Por primera vez en años volvía a pesar lo que pesaba a los 15 años. Ni siquiera con mi dieta a los 17 ó a los 18 lo había logrado. Además, entré a trabajar de extra a una compañía de teatro que montaba musiocales. Yo bailaba de extra y sudaba mucho, tomaba clases de danza con ellos, y además comencé a correr para mejorar mi resistencia física. Así logré tener el físico de unas fotos que les mostré hace varias entradas de ese tiempo. Podía mostrar el ombligo feliz. Usaba mini faldas, sin complejos por mis piernas, y todos los vestidos me quedaban bien (excepto a veces por mis pechos, pero hay cosas que no cambian).
Pasó un año. Mi novio de aquél entonces y yo terminamos de manera definitva. El vacío que dejó al salir de mi vida fue tal, y yo por un estúpido orgullo fui tan reacia a admitirlo, que me dediqué a destruirme otra vez, pero esta vez sin vómitos. Con mi ya no tan nuevo amigo el alcohol. Y con comida, claro, pues cada vez que bebía me daba hambre. Y vaya que me destruí. Preocupé a toda mi familia y a algunos amigos. Todos los fines de semana llegaba borracha a casa. No con unas copas de más, borracha. Una vez me caí y me herí el rostro en mi borrachera. Perdí dos teléfonos móviles. Y engordé. Y cuando dejé de beber tanto y comencé a estar mejor, estaba tan confiada de que aunque había engordado, seguía estando más flaca que hace unos años, que seguí comiendo sin ningún control. Y seguí engordando. Y no me di cuenta y estaba en el lugar donde partí antes del 2006. Porque no supe o no quise manejar mis emociones ni mi ansiedad. Porque no quise asumir mi dolor y decidí comérmelo y bebérmelo. Porque no quería asumir cuantas cosas estaban mal en mi vida o me molestaban y era más fácil comer, comer, comer.
Luego volví a las dietas interrumpidas, a las que rompes a los 3 días y dices "el lunes empiezo, el lunes lo hago en serio". Y así transcurre una semana, y otra, y otra. En septiembre del año pasado me vine a vivir sola con una amiga. El primer mes me porté muy bien, comí sano, mis comidas dependían sólo de mí, y podía prepararme siempre ensaladas y cosas así. Bajé unos 4 kilos. Pero luego me ganó el hastío y la conformidad y comencé a comer mal, dejé de planificar mis comidas, compraba cualquier cosa o me preparaba siempre pasta. Y luego me puse un poco tonta otra vez.
Mi desesperación por perder peso era tanta y mi constancia y fuerza de voluntad tan pocas, que volví a las dietas relámpago. Incluso volví a vomitar algunas veces. Hice "la dieta de la fruta", y "la dieta diurética del melocotón" (estoy inventando los nombres, en verdad no los recuerdo) y otras tonterías. Siempre volvía a subir al acabarlas y aumentaban mi ansiedad por carbohidratos a niveles abismantes. Ahora pienso que es natural. Claro que el cuerpo te pide comer de todo con moderación. Claro que el metabolismo se vuelve más lento si comes apenas 500 calorías por día. Claro que el cuerpo siente que lo estás matando de hambre y en tu próxima comida te pide, no TE EXIGE carbohidratos para obtener de ellos de manera rápida las calorías que le faltan. Claro que te pones más ansiosa y sientes más deseos de comer. Es evidente. Mi madre me lo repetía siempre cuando yo me quejaba de que me mataba de hambre y no perdía peso. Yo no le hacía caso. No quería hacerle caso. Hasta que la realidad fue más fuerte. Nada de esto estaba resultando y yo terminaba cada vez más frustrada y ansiosa y gorda. Ya ni siquiera perdía peso con las dietas shock. Mi cuerpo se acostumbró a ellas. Pasó el verano en el que no hice dietas y me di la buena vida. Luego volví a la capital para pesarme y enfrentar la realidad: 81 kilos.
Entonces decidí cambiar. Para siempre. Me topé con el blog de
M por casualidad y aunque nunca le posteé me ayudó mucho leerla. Decidí lidiar con mis problemas, enfrentar mi ansiedad y mi mala relación con la comida y cambiarla para siempre. Nunca más comer para escapar de mis problemas. Hacer una dieta sana, aunque debiese armarme de paciencia y fuerza de voluntad y aunque me demorara un año entero en llegar a mi peso ideal. No me resultó desde el principio. No siempre fui constante. Tuve varias dietas interrumpidas hasta el 21 de julio, que me dije "no puedo aplazar más hasta el 'próximo lunes' el cambiar mi vida. No puedo dejar más tiempo pasar. Tiene que ser ahora. Debe ser ahora". Y así ha sido, con altos y bajos, pero creo que va bien. Y entonces abrí el blog para apoyarme y los conocí a todos ustedes.
Y esa es mi historia con las dietas. ¿Cuál es la suya?